sábado, 31 de octubre de 2015

Yo he venido aquí a hablar de mi libro (V). Texto y título definitivos


Fin de la edición. Da cierto vértigo pensar que ya no hay margen para rectificaciones o matizaciones, pero en algún momento debe darse por definitivo un texto. Y, con más o menos acierto en la exposición, reflexión ha habido de sobra. 

Y en cuanto al título, no es el que tenía en mente al comienzo de todo este periplo. Imagino que esto no es algo inusual. Sin embargo, después de valorar distintas posibilidades y de intentar encontrar un nombre que refleje bien mi postura ante la deriva de nuestra querida y maltratada enseñanza pública, estoy seguro de que hemos dado con el mejor posible.

El libro no pretende atacar a nada ni a nadie. Estamos ante un acto consciente y convencido de resistencia que quiere ser racional y razonado. Y ahora, a partir del mes de febrero, los lectores que sientan interés por este libro y decidan leerlo, juzgarán.

miércoles, 28 de octubre de 2015

La educación es algo serio. Una contrarréplica


Hace un mes publiqué en este blog y también en Diario de Navarra un artículo que titulé de forma irónica "Descubrimientos que cambian el curso de la historia". Entre otras cosas, hablaba de un estudio que concluía que "los alumnos brillantes estudian más". Hoy, Jesusa García, directora de una "asesoría profesional para jóvenes que ayuda a descubrir y potenciar el talento", me da la réplica en el mismo medio (transcrita más abajo), en un buen tono que agradezco y espero saber mantener en esta contrarréplica que he enviado igualmente al periódico.

Me pregunta Jesusa "si alguien ha cuestionado que estudiar es altamente recomendable para obtener buenos resultados académicos". Debo responder que sí. Es más, hoy es trending topic la idea de que lo de menos son "los codos". Y todavía más trending la de que lo importante no es saber sino ser felices, como si lo primero no contribuyera a lo segundo. Sostiene Jesusa que "nadie dice que sea posible convertirse en genio sin esforzarse". Pero vemos a diario cómo los nuevos gurús y chamanes de la educación desdeñan la perseverancia y el sacrificio individual en beneficio de la motivación (antecediendo siempre al esfuerzo -mal principio-) y del trabajo en equipo (la gran excusa para que unos deleguen en otros y otros asuman lo de unos).

Explica Jesusa que el "innovador" no quiere "desechar lo anterior" sino "enriquecerlo". Sin embargo, muchos profetas de la Innovación consideran trasnochado todo aquello que forma parte de una tradición sin la cual la innovación no pasa de extravagancia. Cuestiono también la obsesión por "hacer más entretenido el estudio", pero no porque no esté de acuerdo, pues comparto que un profesor debe hacer lo posible por transmitir entusiasmo o presentar los contenidos de forma atractiva. Lo cuestiono porque es algo que todo docente tiene en cuenta sin necesidad de que nadie lo eleve a categoría de "innovación" y porque creo que no todo lo que estudiamos ha de ser divertido. Puede no serlo y resultarnos provechoso. ¿O debemos estudiar solo aquello que nos gusta?

Jesusa está en lo cierto cuando deduce que no considero "clave" en el éxito "la motivación, el coaching o la empatía" y sí "estudiar muchas horas". Quien estudia suele aprender más que quien no lo hace . Y sacar mejores notas. Claro que hay otros factores (la capacidad, por ejemplo, el "talento", del que pronto hablaremos) y claro que la motivación importa. Pero esta no debe condicionarnos. La motivación nos la podemos encontrar por el camino del aprendizaje y, a veces, cuando estamos estudiando algo que en principio no nos había generado interés. Eso es lo apasionante de aprender. Ese es el reto.

Me choca que en relación con el susodicho estudio no se destaque el mérito de los alumnos que han obtenido un buen resultado académico (a base de estudiar más horas, no por ciencia infusa ni designios reales). Al contrario, Jesusa reivindica a los alumnos que no consiguieron un buen resultado. Pero no se pregunta si se les dio la oportunidad de igualar o superar a los que sí. Se pregunta si acaso ellos "no tienen talento", si no "destacarían  de forma brillante en otro sistema". Y esto ya me parece disparatado. No todos los alumnos (tampoco los adultos) tenemos talento, ni lo tenemos para todo, ni tenemos "múltiples inteligencias". Siento decirlo crudamente, pero así es. Para mí y para los neurólogos serios. Está bien mirar siempre "el lado bueno de la vida", como Brian y el resto de crucificados de los Monty Python (give a whistle and this'll help things turn out for the best), pero la realidad es tozuda y nos indica que la capacidad intelectual no es uniforme. Nadie es más que nadie por ser más capaz pero decir que calibrar la inteligencia es "supremacista" o que no se trata de "cuán inteligente" eres sino del "modo" en que lo eres (Sir Ken Robinson dixit), es, discúlpenme, una majadería. Lo que la enseñanza pública debe procurar es que todos los alumnos desarrollen al máximo las capacidades que tengan, que a nadie se le hurte esa oportunidad. Pero hacerles creer que el talento abunda y que está equitativamente repartido es lo mismo que estafarles. Ya lo dijo un ilustre psicopedagogo su "partyconferencia", durante unas jornadas de innovación educativa: "todos somos excepcionales". Hombre, una cosa es ser optimista y otra estrambótico.

Por fin, Jesusa intuye (con acierto) que quiero, como ella, que nuestros jóvenes tengan "conocimientos sólidos" y aprendan a "actuar con criterio". Sin embargo, entiende (con menos acierto) que soy partidario de la máxima (¡cómo no!) "la letra con sangre entra". No, no lo soy. De lo que sí soy partidario, firme convencido, es de que la enseñanza es algo lo suficientemente serio como para dejarnos de frivolidades e innovaciones puramente ornamentales y apostar por el conocimiento sin complejos ni ambigüedades. Solo así podremos aspirar a un sistema que mejore de verdad nuestra sociedad.

PD: Por cierto, si no han firmado, firmen (por una educación ilustrada).
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Aquí, la réplica de Jesus García:

Hallazgos que cambian a las personas


Hace unas semanas leí en Diario de Navarra la reflexión del profesor Alberto Royo sobre un estudio con el que se podía concluir que estudiar muchas horas equivale a obtener buenos resultados académicos. Lo titulaba Hallazgos que cambian la historia. El análisis, realizado por la Universidad Francisco de Vitoria, recogía que un 43 por ciento de los estudiantes andaluces objeto de estudio, con un 9,2 de media, tienen algo en común: Estudian más de 10 horas a la semana, al margen de sus clases. 

Yo me pregunto: ¿Alguien ha cuestionado que estudiar es altamente recomendable para obtener buenos resultados académicos? Quienes apostamos por nuevas metodologías en la educación, no decimos: niños y jóvenes ¡No estudien! ¡No dediquen tiempo a esforzarse. Que si están motivados, felices y se divierten, se convertirán en genios! No. Quienes creemos en los beneficios de innovar, no estamos desechando todo lo anterior, sino más bien enriqueciéndolo. Hablamos de lo interesante y práctico del aprendizaje experiencial, en el que se combinan el aprendizaje cognitivo con otros, como el emocional y el reflexivo. Con ello, los jóvenes desarrollan habilidades necesarias para la vida, como la capacidad de tomar decisiones, de comunicarse, de analizar, de autoconocerse, etc. Además de hacer más entretenido el estudio y lograr con ello, que el conocimiento se consolide mejor. 

Royo asegura que la clave de los bachilleres más brillantes no es la motivación, ni el coaching, ni la empatía. La clave, en su opinión, es estudiar muchas horas. Yo, sin embargo, la conclusión a la que llego, tras observar este estudio, es que la mitad de alumnos que destacaban en sus resultados, habían estudiado mucho. Y esto es necesario, sin duda, pero no es el único requisito para brillar, porque… ¿y los alumnos que no destacaron? ¿dónde están? sabemos si habían estudiado también mucho? ¿quizá más que sus compa- ñeros brillantes? ¿por qué no sobresalieron? La respuesta es que esos alumnos no figuraban entre los estudiantes objeto de estudio, porque se trataba de analizar solamente a aquellos jóvenes de bachiller con 9,2 de media, preseleccionados para la obtención de Becas Europa, que premian el talento. Yo diría: que premian un talento, el intelectual, que equipara el éxito a los brillantes resultados académicos, tal y como son concebidos y evaluados hoy. El alumno o alumna que saca menos de un 8 en secundaria, condición necesaria para acceder a esta beca, ¿no tiene talento? Quizá tiene otro que destacaría de forma brillante en otro sistema. 

Recuerdo un fragmento de “El Quijote”, donde Sancho decía a su amo, “¡No ve vuestra merced que esos muchachos, si desde chiquitos no se castigan, y se amoldan antes de tener ser, se vuelven haraganes y repostones!. Es menester pues, para evitar semejantes inconvenientes, que sepan desde el vientre de su madre que la letra con sangre entra…”. 

Estoy segura de que Alberto Royo coincidirá conmigo en que queremos jóvenes con conocimientos sólidos, que, además, sean seguros, capaces de actuar, de pensar, con criterio para elegir, para decidir, para ser libres. Estos jóvenes necesitan estudiar mucho, pero también necesitan valorarse, pasar de la teoría a la acción, acercase a sus tutores, respetarse a sí mismos y a los demás, identificar valores personales, trabajar en equipo o asumir su parte de responsabilidad. Y todo esto se puede trabajar. 

Un ejemplo: El proyecto Leonardo de transferencia de conocimiento a otros países europeos, liderado por la Asociación de la Industria Navarra y del que he formado parte. Consiste en la aplicación del coaching con alumnos de formación profesional. Recientemente se presentó en Pamplona y los representantes de los diferentes países participantes, apuntaron que esta metodología ha generado gran satisfacción entre los estudiantes y ha mejorado sus resultados académicos. 

Trabajar en este sentido no forma personas superficiales, sin cultura y sin valor por aprender. Forma personas completas, entendidas de forma integral y establece un cambio en ellas que las enriquece. 

La letra con esfuerzo, seguro que entra, pero con acción y emoción entra mucho mejor y permanece más tiempo. 

Jesusa García García es orientadora y Directora de JES&YOUNG 

lunes, 26 de octubre de 2015

Changepuntoorg: por la aplicación de la navaja de Ockham a la educación


Guillermo de Ockham vivió entre el año 1285 y el 1349. Perteneciente a la orden de los Padres Franciscanos, probablemente fuera su sencillo modo de vida el que inspiró su teoría sobre la simplicidad, que ya estaba presente en Aristóteles ("cuanto más perfecta es una naturaleza, menos medios se requieren para su funcionamiento") y fue un principio común en la filosofía medieval.

Ockham habla de pluralidad, que nunca debe establecerse sin necesidad, y de parsimonia: no debería hacerse con más lo que pudiera hacerse con menos. Podríamos reformularlo así: si hemos de elegir entre varias opciones, puede que la más sencilla sea la correcta.

Preguntémonos entonces lo siguiente: si educar, enseñar, instruir, ilustrar... o como demonios se llame esto que nos toca hacer a los profesores, es una actividad compleja...¿no sería más sensato buscar estrategias sencillas?

Pidamos entonces la inmediata aplicación de la navaja de Ockham a la educación. Busquemos la solución a los problemas del sistema eliminando todos los elementos innecesarios. Fuera innovación, fuera plurilingüismos, fuera gamificación, fuera tertulias dialógicas, flipped learnings, empoderamientos, empatías, emprendimientos, culturas financieras e inteligencias múltiples. Fuera vendedores de felicidad. Y fuera telepredicadores.

Firma ahora la petición.


Gracias, en nombre de las próximas generaciones.
Profesor Atticus y el equipo de Change.org

NOTA IMPORTANTE: La aplicación de la navaja es en sentido figurado.

domingo, 25 de octubre de 2015

Educar o enseñar. El papel de la escuela y el de los padres (III)


Al hilo de estas reflexiones en torno a la manera más precisa de referirnos a la labor que desarrollamos como padres y como docentes, dejo el vídeo de mi participación en una charla que tuvo lugar en el programa "Implicados" de Navarra Televisión. Un debate, como acostumbran a ser los que organizan las buenas gente de la cadena, distendido y sin asperezas. Intervinieron también Carmen Nieto (formadora de la Federación de Padres y Madres Herrikoa) y Javier Mangado (profesor jubilado y ex-presidente de la Asociación de Directores de Instituto ADI).


jueves, 22 de octubre de 2015

Educar o enseñar. El papel de la escuela y el de los padres (II)



Decíamos ayer que para concretar qué corresponde a la familia y qué a la escuela a la hora de educar/enseñar es imprescindible clarificar qué debe ambicionar un sistema público de enseñanza.  Básicamente lo que yo pido a la escuela pública (y en lo que intento colaborar como docente) es que garantice el derecho a la mejor formación posible de todos los alumnos que pasen por ella, de modo que puedan aprender aquello que no podrán aprender fuera y que les permitirá integrarse de forma activa en la sociedad en calidad de ciudadanos. Creo que en esto se resume la finalidad de la educación pública. Luego debemos tener en cuenta su indiscutible función social, que impone el compromiso de velar por que aquel que no pueda pagarse una buena educación privada o no tenga en su entorno familiar un ambiente cultural o social de nivel medio o alto encuentre en la escuela pública la posibilidad de desarrollar al máximo sus capacidades. De ahí que una educación pública que no cumpla estas expectativas perjudicará siempre en mayor medida al alumno pobre (económica o culturalmente pobre, tanto da). Por todo ello, los padres no podemos suplir a la escuela sino reforzar, apoyar o contribuir. Es verdad que hay que separar bien dos ámbitos: a la escuela corresponde, tal y como yo la concibo, todo lo académico y también aquellos valores universales como la solidaridad, la justicia o la responsabilidad, así como otros que son indispensables para la adquisición de los distintos conocimientos, unos valores que se inculcan pero que también se ejercitan: la constancia, la capacidad de atención, el esfuerzo, la curiosidad por aprender, el afán de superación... en realidad, son valores que no solo no están de moda sino que van más bien a la contra. Digo que están muy poco de moda no porque se critiquen (¿quién se atrevería a afirmar que un alumno no debe esforzarse, atender o ser constante?) sino porque la obsesión innovadora nos lleva a meter con calzador en la enseñanza dogmas como el aprendizaje colaborativo (que en mi opinión, cuando se entiende como fin en sí mismo, va en detrimento de la indispensable capacidad para trabajar de manera individual y desde el esfuerzo personal), las tecnologías (ahora mismo existe el debate sobre si conviene abandonar la escritura manual, lo cual es una barbaridad, como los propios neurólogos afirman, y supone un perjuicio tremendo para el ejercicio de  la concentración o la memoria), etc. En cuanto a los valores morales, estos pertenecen al ámbito familiar y son los que, pienso, no tienen cabida en la escuela.

Para educar o enseñar (en cualquier de los sentidos que hemos visto), creo que lo primero es saber qué queremos. Sin tener claro el objetivo es muy difícil dar con el procedimiento adecuado. Tal y como yo entiendo la educación de mis hijos, creo que mi responsabilidad es conducirles por la senda que me parece buena y provechosa (que no siempre es la más cómoda) para ellos. Y para mis alumnos lo que quiero es enseñarles mi asignatura lo mejor que sepa, crearles curiosidad por la música, la cultura, el arte, contribuir en el desarrollo de la sensibilidad estética... y, por supuesto, tratar de ser ejemplar en el trato y de inculcarles hábitos que me parecen fundamentales para estar seguro al menos de que he intentado aportar mi granito de arena en el desarrollo de sus capacidades.

Debemos ser conscientes de que no hay metodología que garantice el éxito pero sí factores que pueden ayudarnos y otros que se han sobredimensionado como la motivación. No quiero decir que la motivación no sea importante (sería ridículo) sino que la estamos colocando en un lugar que no le corresponde. Por otro lado, uno de los errores que a menudo cometemos es pensar que hoy los niños y los adolescentes son muy diferentes a los de antes. No hace mucho pude escuchar a un pedagogo innovador muy preocupado porque, según había averiguado, "hoy los niños no van contentos a la escuela". ¡Claro que no! ¿Y cuándo han ido a la escuela contentos? Pero es que esa no es la cuestión. La cuestión es que lo que un alumno debe tener muy claro es que, le guste o no, debe ir a la escuela porque es bueno para él y para su futuro. Precisamente porque no lo va a entender hasta que madure, somos los demás los que debemos decidir por él en lugar de, con perdón, escaquearnos de nuestras obligaciones. El menor, me da igual el hijo que el alumno, se desorienta cuando ve desorientado al adulto. Y no me extraña porque hoy día decir determinadas cosas te puede suponer que alguien te acuse de sabe Dios qué. Pero no debe ser así. La autoridad del padre es una autoridad moral. La del docente, intelectual. Ninguna tiene nada que ver con la sumisión ni con la tiranía. Que esto no lo entienda o no lo admita un joven entra dentro de lo normal. Que haya adultos que lo discutan, esto es lo preocupante.

Volviendo a la motivación, lo normal es que un alumno, de entrada, no tenga una inclinación natural a comerse los libros y a estudiarse todas las materias a la vez. Más bien al contrario: se hará el remolón, le dará pereza y se acercará a aquello que le atraiga de primeras. Un error garrafal que se comete es pretender que la motivación preceda al esfuerzo. Es raro que esto suceda excepto, claro está, con aquello que nos gusta. Lo que me parece muy importante es insistir en que, primero, a veces tenemos que aprender cosas que no nos resultan atractivas pero nos pueden resultar provechosas y, segundo, otras veces la motivación e incluso el entusiasmo surgen cuando uno menos lo espera y merece la pena dar un margen.

Creo que la mejor manera de motivar a un joven es convencerle de que haciendo las cosas bien, esforzándose, formándose, podrá llegar más lejos que quien renuncie a todo esto. Pero para convencer a un joven de que esto es así, deberíamos tener un sistema que fomentara esto y una sociedad meritocrática. Aunque no tenemos ni una cosa ni la otra, tenemos que insistir, aunque sea por una cuestión de principios o de ética, en que haciendo las cosas bien se puede salir adelante y sobre todo, en que aprender es algo enriquecedor y que merece que le demos la importancia que tiene. Hace poco discutía con alguien sobre esto tan manido del sentido lúdico de la enseñanza. Vamos a ver: aprender cuesta esfuerzo pero conseguir aprender, alcanzar el saber, llegar a hacer lo que uno no era capaz, es muy emocionante. Y le ponía el ejemplo de mi hijo mayor cuando vamos por la calle y se para a leer un cartel: le cuesta, lo hace despacio, se equivoca... pero cuando por fin ha conseguido averiguar lo que pone, su cara no denota ningún trauma ni tampoco aburrimiento, sino todo lo contrario: la satisfacción de haber conseguido superarse.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Educar o enseñar. El papel de la escuela y el de los padres (I)


La confrontación entre los conceptos “enseñanza” y “educación” no deja de ser un tanto artificial, aunque no podemos negar que este enfrentamiento se da entre las gentes que tenemos relación con la enseñanza, la educación, la instrucción o como queramos llamarlo. Y viene bien discutir sobre esto, aunque solo sea para darnos cuenta de que lo importante no es tanto qué nombre le pongamos como la forma en que lo hagamos y muy especialmente lo que queremos conseguir. La realidad, reconozcámoslo, es que hay quien se siente incómodo cuando se dice que el profesor ha de educar y también quien prefiere hablar de educación porque hablar de "enseñanza" le parece poco lucido.

Mi opinión sobre este asunto es que ambas ideas son perfectamente válidas a la hora de definir el oficio docente, al menos a priori. Otra cosa es que pudiéramos discutir (y mucho) sobre lo que entendemos que debe hacer un profesor, sobre las prioridades y los objetivos principales de su labor. En cualquier caso, debo decir que a mí ninguna de estas dos palabras me desagrada. No obstante, veremos enseguida algunos matices que nos permitirán encontrar ciertas diferencias entre ellas.

Antes que nada, entiendo que "educar" puede ser un concepto más global que "enseñar". Podríamos decir que la educación abarca la enseñanza (o que esta se encuentra incluida en la anterior) y que la enseñanza es la actividad que se fundamenta en la transmisión de una serie de contenidos académicos y también de valores. Esta segunda parte, la de los valores, resulta también controvertida, pero todo depende, en mi opinión, de a qué valores nos estemos refiriendo. Luego volveré sobre esta cuestión. Digamos entonces que:

1.- Educar consiste, ateniéndonos al Diccionario de la Lengua Española, en "dirigir, encaminar y doctrinar", palabra esta con unas connotaciones importantes que provocan cierto recelo. La segunda acepción establece el doble objetivo de "desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven". Si acudimos a la última acepción, leemos: "enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía". Vemos, por lo tanto, que dentro de la idea de "educar", hay un parte importante relativa a valores tanto de urbanidad (lo que todos conocemos como ser educado o maleducado) como de moral y otra que tiene que ver con las facultades intelectuales, que asociaríamos enseguida con la palabra "enseñar".

2.- Enseñar, también según la RAE, se define como "instruir" (una idea que vinculamos con el conocimiento de las distintas materias o disciplinas en que se divide el saber) o "doctrinar", que a su vez tiene dos sentidos: "instruir a alguien en el conocimiento o enseñanza de una doctrina" e "inculcarle determinadas ideas o creencias". Son dos significaciones que, aunque vienen en la misma definición, pueden parecer contradictorias, pues una cosa es la ciencia y otra la creencia (al menos para una persona sensata e ilustrada) y la misma palabra "doctrina" puede definirse como "ciencia o sabiduría", pero también, ojo, como "conjunto de ideas u opiniones religiosas, filosóficas, políticas"... Es decir, tanto "enseñar" como "educar" parecen estar entre dos nociones que se pretenden contraponer y quizás no deberían y que podríamos redefinir, según esta dialéctica, como: “enseñanza académica” y “educación cívico-moral”. Lo que ocurre es que, analizando el significado de estos dos términos, comprobamos que la diferenciación no es tan nítida como pudiera parecer y que quizás sean nuestros propios prejuicios los que nos llevan a aceptar con más gusto uno que otro.

Desde el punto de vista de la etimología, educar lleva la raíz latina ducere (educare, educere), que proviene a su vez de una raíz indoeuropea (-deuk) que significa guiar o conducir, De igual modo, la palabra griega pedagogo sugiere conducir al niño (paidós- niño- y agogós -que conduce-). Pero es que también enseñar viene del latín insignare, que quiere decir señalar (signare) hacia (in), esto es, orientar sobre el camino a seguir. La conclusión es que ambas sugieren prácticamente lo mismo. Sin embargo, yo diría que lo verdaderamente importante es discutir cómo entendemos esta labor de guía que debe asumir el adulto en relación con el menor y el maestro en relación con el discípulo y cómo debe repartirse entre las dos instituciones principales que asumen esta tarea tan esencial. 

Para explicar mi postura, pondré un ejemplo: cuando alguien se pierde en un lugar que visita por primera vez, un recurso habitual es preguntar al autóctono. La razón es simple: este conoce lo que el anterior ignora. En esta relación desigual, ni el foráneo pretende imponer o humillar ni el oriundo se siente sometido o ultrajado. Tampoco a ninguno de ellos se le ocurre hablar de ausencia de democracia. Se da por hecho que uno sabe lo que el otro no, que uno ayuda a quien lo requiere, que el primero quiere auxiliar y el segundo ser amparado, que la correlación entre ambos no es horizontal sino vertical. En la enseñanza, situaciones tan naturales son llevadas al absurdo cuando se quiere vincular al discípulo y al maestro de manera horizontal, cuando se sugiere que ambos deben situarse en el mismo plano o que el conocimiento que atesora el docente lo tiene el discente a golpe de “click” (o sea, en internet, ese océano de información y desinformación en función de la formación). Lo que uno no imaginaría en otros contextos, en la enseñanza constituye el pan de cada día. Si la relación inevitablemente jerárquica entre el alumno y el profesor se ha desvirtuado, otro llamativo desbarajuste es el que tiene que ver con el papel del padre y el del profesor, o lo que es lo mismo con la línea que separa, no siempre de forma nítida, el trabajo del docente y la responsabilidad del progenitor. Creo que para poder resolver esta duda es imprescindible clarificar qué debe ambicionar un sistema público de enseñanza. 

Continuará. 


martes, 20 de octubre de 2015

Demolition Man


Hay días en que no estoy para optimismos. Ni siquiera para escepticismos. Vamos, que lo veo todo más negro que la conciencia de un pedagogo. En circunstancias así, la única solución que encuentro a este despropósito de sistema educativo que padecemos es su demolición. La enfermedad se ha extendido tanto que no parece quedar un órgano sano. No hay otra posibilidad pues que un derribo controlado y la construcción de un nuevo edificio con cimientos sólidos y basado en postulados alejados de mamarrachadas, florituras y buen rollito. Pienso en aquella peli de culto que protagonizara el sin par Stallone en la que interpretaba (ustedes me entienden) a un brutal pero eficaz policía apodado "Demolition Man", culpado injustamente de negligencia y enviado en el año 1996 a "crioprisión". Cuando Demolition Man despierta, ya en el 2032, la ciudad de Los Ángeles acoge a una sociedad pusilánime y políticamente correcta en la que está prohibida la sal, el contacto físico y hasta los tacos. No hace falta explicar la que lía Stallone una vez descongelado. Digamos que estaba dispuesto a "exprimirse las rasureras" para encontrar algo con que "ocupar la noche, beber leche con velloceta o con dencromina, agudizar los sentidos" y quedar "listo para una sesión de ultraviolencia". Por cierto, aunque el guión de aquella película no era precisamente un dechado de virtudes, hay que resaltar el acertadísimo guiño a "Un mundo feliz", a través del nombre de la detective interpretada (supongo que me entienden también) por Sandra Bullock: Lenina (uno de los personajes de la novela: Lenina Crowne, la enfermera Beta cuya labor consiste en inmunizar a los fetos ante posibles enfermedades futuras) Huxley.

Como Stallone en su regreso a la sociedad tontorrona del futuro, no termino de encontrar mi sitio (ahora viene cuando les cuento por qué me siento así. Lo voy a contar porque hoy lo que se lleva es abusar de la espontaneidad y encasquetar a todo quisque los sentimientos de uno). Pues bien, me encuentro desanimado, afligido y, al mismo tiempo, encorajinado. Y todo porque, inocente de mí, acabo de llegar a la conclusión de que no podemos hacer nada (salvo recurrir a la pedagogía stalloniana) en la Educación Secundaria si no retrocedemos, torpedeamos y reconstruimos la Primaria y la Infantil. Sí, la Infantil. Ahí, en ningún otro lugar, comienza a manifestarse esta enfermedad letal (y contagiosa) que se llama estupidez. No debería ser discutible la importancia de la lectura y la escritura, la conveniencia de que un alumno de cinco años aprenda a leer y escribir antes de acumular lagunas que derivarán en océanos. Desespera comprobar cómo para algunos es imprescindible hablar inglés casi desde la concepción pero no importa si no saben manejar el castellano hasta el Bachillerato. Y lo peor de todo no es que alguien pueda preguntarse "¿dónde pone que en Primaria deben saber leer?" (¿dónde pone que no?, pregunto yo) sino que tienen razón. No lo pone. El currículo de Infantil habla de "descubrir y explorar los usos de la lectura y la escritura", de "despertar y afianzar el interés"... porque, imagino, hablar directamente de aprender a leer y escribir, algo para lo que un niño de tres años ya está capacitado (tanto más uno de cinco o seis), es directamente subversivo. Esto es lo que tenemos. Y no hay mucho que podamos hacer. Al menos hoy, que, como dicen en mi tierra, tengo el cuerpo de jota... como para hablar de la "FP torera" del PP...

lunes, 12 de octubre de 2015

La musicoterapia es un timo. Breve alegato contra la mala praxis musical


Lo siento. Alguien tenía que decirlo: la musicoterapia ES UN TIMO. Sé que alguno se me va a enfadar. Estoy seguro. Pero no puedo evitarlo. Las cosas son como son. Y yo todavía no he aprendido a estarme callado.

Soy músico. Interpreto música. Escucho música. Estudio música. Enseño música. Investigo sobre música… incluso he tenido mis escarceos con la composición musical. Y por supuesto AMO la música. Además, estoy convencido de sus beneficios, del provecho que se puede extraer de ella. Un provecho no económico, no material, no rentable (o no siempre) sino interior, profundo y trascendente. Defiendo la cultura, el conocimiento y el saber como valores en sí mismos, al margen de economicismos, espíritus emprendedores y objetivos de empleabilidad. Pero precisamente por eso, por rigor, por sensatez y por honestidad, debo afirmar que la Musicoterapia y la Musicología se parecen como la astrología y la astronomía, como el chamanismo y la medicina. Me explicaré.

“Terapia” es un concepto médico. Añadirlo al final del nombre de cualquier actividad no tiene otra intención que confundir y conceder a esta un estatus que no le corresponde. Así, la musicoterapia puede ser una herramienta útil pero nunca una terapia, nunca un tratamiento y desde luego nunca parte de la medina (cosa bien distinta es, como digo, que pueda contribuir a nivel psicológico o emocional). Hace un tiempo me topé con un cartel publicitario en el que se anunciaba lo siguiente: “Adelgace en una sesión de hipnosis clínica”. Ya no entro en la tomadura de pelo de pretender hacer creer a alguien que mediante la hipnosis adelgazará sin esfuerzo (o dejará de fumar o de padecer alopecia o lo que sea que se use como pretexto para estafar al ingenuo) sino a la desfachatez de emplear una palabra (“clínica”) que la relaciona directa y falsamente con la medicina, esto es, con la ciencia. 


Al contrario que la musicoterapia, la musicología, que aborda el estudio de la teoría e historia de la música, utiliza el sufijo “logía”, cuyo significado es “estudio”, “tratado” o “ciencia”. Pero, dejando a un lado qué es ciencia y qué no, qué es terapia y qué no, hay algo que tiene que quedar claro: la música NO CURA. La música aporta, forma, ennoblece… hasta puede ser vital para alguien en función de las circunstancias. La música emociona y eleva el espíritu. Pero NO CURA. No pasa nada. No es menos por eso. Simplemente es lo que es. Si usted tiene una enfermedad, no sanará ni con cuencos tibetanos ni con las Variaciones Goldberg. Póngase en manos de un buen médico. Cultivarse por medio de la música, disfrutar de su naturaleza, vivirla con plenitud, con pasión, con estremecimiento si hace falta, está muy bien. Es más, ¡háganlo! Pero no le pidan otra cosa. O al menos, si lo hacen, reclamen solo y exclusivamente a quien les engañó.

jueves, 8 de octubre de 2015

Un nuevo reto. Conferencia en las IV Jornadas educativas de Barcelona.


De cara al mes que viene, preparo con esmero y afronto con entusiasmo (que es como creo que debe prepararse y afrontarse toda actividad) un nuevo reto: me estreno como ponente en las IV Jornades de Secundària de Barcelona, que abordarán el tema Modes i tendències educatives y tendrán lugar los días 27 y 29 de noviembre, en el Il.lustre. Col·legi de Doctors i Llicenciats de Catalunya.

Tendré el placer de compartir mis reflexiones con amigos y compañeros y de contrastar mis ideas con las de algún otro colega cuya visión sobre la enseñanza muy probablemente no comparta. El punto de partida es ciertamente atractivo y nos permitirá meditar y aprender sobre el oficio de enseñar y sus vericuetos, preciosa y pertinente palabra (¿o quizás impertinente?) que Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua Castellana de 1611, hacía derivar de "vereda" y "cuesta" y definía como un vocablo "bárbaro, usado en el reino de Toledo", alusivo a "lugares ásperos con altibajos y quiebras" y que el Diccionario de Autoridades de 1739, base de las distintas ediciones del diccionario de la Real Academia Española, explicaba "metafóricamente" como las "extravagancias en el discurso u opinión". Será, además, todo un honor coincidir con dos personas de incuestionable prestigio y sabiduría como Gregorio Luri y José Manuel Lacasa, así como discutir, en la mesa de debate del sábado, sobre los distintas maneras de enfocar la educación.

Mi conferencia tendrá lugar el día 27 a las 16:30. Su título:

Tradición y posmodernidad. La nueva pedagogía y el efecto placebo.

A ver cómo se da.