lunes, 4 de marzo de 2013

Elogio de la equidistancia.

De un tiempo a esta parte, el concepto equidistancia ha sufrido un desgaste poco racional. La equidistancia, es decir, la igualdad de recorrido entre varios puntos, no debería confundirse con la falta de valentía a la hora de tomar postura sino, en primer lugar, con la negativa a asumir postulados extremos en situaciones que no requieren de sectarismo y agitación sino de sensatez y mesura y, en segundo, de la necesaria capacidad de dudar.

Viene esto a cuento del maniqueísmo que aflora en un porcentaje elevadísimo de tertulianos, esa casta de gentes expertas en casi todo y sabedoras de casi nada que no tienen reparos en situarse de manera indubitada, sólida e irreflexiva en una u otra orilla del asunto que fuere por razones unas veces más inconfesables (aún) que otras. Este virus maniqueo se propaga con rapidez y alcanza a casi todos (políticos, sindicatos, empresarios…), siendo cada vez más difícil encontrar opiniones inmunes. Incluso quien pretende explorar lugares intermedios en busca de la deseable aurea mediocritas aristotélica parece condenado a la incomprensión, al encasillamiento y a la descalificación.

Ejemplos hay a cientos tanto en la política como en la educación: o eres nacionalista o antinacionalista; o eres separatista o patriota hasta la caspa; o defiendes el igualitarismo aborregador de la LOGSE o el economicismo obsesivo de la LOMCE. Blanco o negro. Sin matices, sin dudas. Sin cuestionamientos ni controversias. Sin razonamientos ni dialécticas.
Hay ocasiones en las que la respuesta no puede ser más que una: nadie puede buscar el término medio cuando debe elegir entre ubicarse en el bando de los terroristas (de estado o de los otros) o en el de las víctimas de un atentado (de estado o de los otros) o cuando tiene que colocarse del lado del agresor o del agredido, en el de la dictadura o la democracia,  la xenofobia o la tolerancia… pero en muchas otras circunstancias la decisión no es tan elemental. Y es en esas circunstancias en las que la duda te mantiene alerta, en actitud crítica, en las que la equidistancia sirve de balanza entre la víscera y la razón. Renunciar a ello supone dejar que los demás decidan por ti y aceptar que no eres libre. Dudar permite buscar la verdad fuera de los fundamentalismos. La equidistancia, por lo tanto, como principio, no sólo es éticamente aceptable sino que se me antoja definitivamente imprescindible.

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